¿Por qué creamos terror?


Todos los artistas se recluyen dentro de sus propios nichos, dentro de aquellas zonas en las que más plenos se sienten. 
Es verdad que somos el resultado del medio al que fuimos expuestos desde nuestra niñez. Rompecabezas cuyas piezas han sido obtenidas por aquellas cosas de las cuales nos sustentamos a través de nuestras vidas. La influencia ejercida por los medios de comunicación, el cine, la música, la religión y todo tipo de moldeadores que experimentamos. Somos esponjas ansiosas por absorber información, coleccionar partes para completarnos a nosotros mismos. Formar nuestra identidad.
Pero, a pesar de todo, quizás la gente como yo siempre estuvo predestina a amar los monstruos. 

Partiremos de uno de los grandes propósitos del arte: despertar emociones. 

La primera vez que hice fotografía temática de terror (tenía 16 años), mientras preparaba a la modelo y la escenografía en general, me alejé un momento para analizar el espacio y decidir desde que ángulo empezaría a disparar.

Me detuve unos segundos a mirar todo aquello que había compuesto desde cierta distancia.
Me sorprendí al darme cuenta, que inclusive a mi misma me causaba una cierta sensación de incomodidad ver aquello, que si profundizaba mucho en aquello, podía llegar casi a transformarse en miedo. En este punto desarrollé una dulce adicción a crear material visual que despertara uno de los sentimientos más fuertes que existen, el miedo. 

Supongo que es agradable que alguna persona vea una fotografía que hice, sobre un tema estéticamente hermoso  y le cause paz o ternura, pero a través de la experiencia he descubierto que cuando mis imágenes no son fáciles de mirar, cuando estas representan un reto para los sentidos se convierten en un carrusel de sensaciones cuyo recorrido perdurará de manera más prolongada en los espectadores. Porque lo cierto es que las imágenes, las fotografías, permanecen de manera efímera en nuestra mente. El tiempo las blanquea y las vuelve borrosas, pero las sensaciones que nos hicieron experimentar, son como semillas sembradas en la tierra más fértil de nuestro subconsciente.

(Fotografía: Valerie Correa, 2012)
Durante mis exposiciones, disfruto alejarme lo suficiente de mis obras como para poder ver las reacciones de los espectadores sin que estos noten mi presencia.
Veo dedos señalando las fotografías, risas nerviosas, caras de escepticismo o desagrado. Pero también veo personas acercándose, intentando intimar con la imagen que se impone en la pared bajo las luces de la galería. Es como si quisieran desafiarla, como si con tal acto le demostrara que no le temen, o quizás, necesitaran verificar mediante sus propios ojos que esos monstruos están simplemente ahí, impregnados sobre el papel fotográfico y la madera oscura del bastidor. Sé como se sienten hacia mis imágenes porque es exactamente la manera como yo misma me siento.

La verdadera razón por la que hago terror

Debo admitir que es una sorpresa para mi que la primera impresión que las personas tienen luego de que les extiendo el portafolio con los trabajos, sea la idea de que no le temo a nada, que tengo estómago y nervios de acero dignos de un patólogo del OIJ, o que desayuno por las mañanas mientras disfruto de la saga de Saw. La verdad es que probablemente tengo tanto miedo a lo desconocido o paranormal, como cualquier otro fotógrafo que se dedica a cubrir bodas o nacimientos.
Les sorprendería con cuanta facilidad me asustan los edificios viejos de madera, las malas películas de terror o simplemente los sonidos nocturnos. 
La verdadera razón por la que hago fotografías de terror, es porque fue la única manera que encontré de enfrentar mis miedos. Materializar las cosas que me horrorizan en mi manera de combatir mi propio terror. Encontré la manera de exorcizar mis pesadillas trayéndolas a la vida, dándoles un cuerpo y haciéndolas palpables a mis ojos. 

¿Qué es lo opuesto al miedo?

Yo diría que la tranquilidad, la paz, la felicidad. Sin embargo, pensemos en el siguiente ejemplo. Cuando los bebés están aprendiendo a caminar, a ir desarrollando esa pequeña independencia dentro de su diminuto universo hasta ese momento, experimentan muchas caídas a través de todo el proceso. Sufren heridas y golpes ocasionados por cosas las cuales ignoraban que existieran hasta entonces. No tienen noción de lo que es alto o bajo, peligroso o seguro. ¿Cómo podría ese pequeño bebé distinguir la seguridad del peligro si jamás experimentó lo uno o lo otro?.
La única razón por la que estamos consientes de la belleza es porque conocemos la fealdad, lo grotesco, lo monstruoso. El bien y el mal han sido dos caras de una misma moneda desde el inicio de los tiempos. Para que exista el día, también debe existir la noche. El morbo hacia lo prohibido no es más que la seducción ocasionada por el mismo alter ego que nos hace humanos.
(Fotografía: Valerie Correa, 2017)


(Fotografía: Valerie Correa, 2016)
(Fotografía: Valerie Correa, 2015)




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